domingo, octubre 14, 2012

live forever

Noche fría, hace viento y comienza a lloviznar. Eso no es extraño, lo realmente raro es que ninguno de sus amigos llegue cuando tiene varias pulseras para entrar a la gran fiesta del mes. “Ellos se lo pierden”, se repite mientras enciende un cigarro y toma refugio bajo el puente afuera del lugar del evento.
Pasan los minutos y llega una chica de bonita sonrisa que le pide un favor: mandar un mensaje de texto a alguien que supuestamente la iba a pasar. Tras 2 mensajes y 3 llamadas, no hay respuesta, un par de cigarrillos, después se deciden a llamar de nuevo sin éxito. Él le ofrece una pulsera para que entre y busque a su conocido, al fin que sus amigos no llegarán. Ella sospecha e interroga: “Seguro que no eres de esos que regalan entradas a mujeres afuera de bodegas improvisadas como clubs, las drogan y abusan de ellas tirando después su cuerpo en el Támesis?”.
El, extrañado, solo sonríe, le da la pulsera y le hace una seña para que se adelante y siga cada quien su camino.
Pero ingresan juntos al lugar. Y así siguieron, al cabo de unas pintas y cigarros, brincos y baile, gritos y risas. De esas raras ocasiones en las que crees estar hablándole al espejo de tan similar que es la otra persona a ti.

“No soy a los que normalmente les pasa esto, y ahora qué?” pensaba el mientras se surtía de alcohol en la barra. “No creí encontrarme a alguien así en éstas circunstancias, que estoy haciendo?”, se preguntaba ella mientras hacía fila para entrar al baño. Se vuelven a encontrar y caminan tomados de la mano por el oscuro recinto, un DJ de fondo tocando algo que intenta tener ritmo. “Pobre diablo, imitador sin talento, pero con tanto alcohol en la sangre no suena tan mal, además, ni que estuviéramos en el Fabric o en el Notting Hill Arts Club”.

Se topan con quien no contestaba mensajes ni llamadas. “Aquí acabó todo”, se lamentaba mientras que ella saluda y platica con el desconocido, “ya era demasiado, igual tenía ganas de ver al último DJ más de cerca”.

Pero lo escogió a él, con su tartamudeo y su ñoñez, tal vez por la plática de britpop y libros de Irvine Welsh, a lo mejor por la sensación de libertad que encontraba a su lado, o por el piercing que tiene bajo el labio y que le había despertado algo de curiosidad. El por su parte sentía que la inseguridad, fiel acompañante, lo abandonaba por ésta noche, tenía ganas de volar junto con ella viendo cosas que nadie más ve. La verdad es que estaban igual de ebrios y solos que cada uno representaba la mejor compañía para el otro.

Aún no termina la fiesta, afuera un frio amanecer, la llovizna se ha convertido en tormenta, el agua duele hasta los huesos de tan fría y la nueva pareja está dispuesta a encontrar donde protegerse para seguir con lo suyo en un lugar con menos gente. En el taxi suena Oasis, “Perfecto, Oasis” piensa el, “me encanta esa canción y la idea de vivir por siempre así” dice ella antes de besarlo. El conductor no pierde oportunidad de mirar hacia ellos por el retrovisor. “Ah que la juventud”, suspiraba, “tendré que hacer esa visita al rio más tarde, al menos saqué para la gasolina”. En la cajuela del taxi yace un cadáver de mujer metido en una bolsa negra, mojado, con la pulsera del evento aun en la muñeca.

(escrito en febrero del 2012)  


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